sábado, 10 de mayo de 2014

El encuentro terapéutico 6/7

Otra de las cuestiones más importantes que se relacionan con el horizonte simbólico (y, por lo tanto, con el símbolo, la creatividad y la metáfora) es el conjunto de operaciones dialógicas que generan vías de tránsito, puentes de la psique hacia el futuro. Quizá no se ha sabido comprender bien qué significaba ese bloqueo del que nos hablan una y otra vez los pacientes, y que en la cita nos recuerda Jung (“Fines de la Psicoterapia”, de 1929). Ese bloqueo de la conciencia, con su no ver ya más delante de sí, obliga por un instante a la parada psíquica. Mas la psique es vida, y, al ser vida, reacciona ante la parada con una movilización inconsciente, con esas fuerzas que proceden de la naturaleza. Algo hay que hacer pues para responder al bloqueo desde el plano de la conciencia, si no queremos asistir al desbordamiento inconsciente. Y puesto que el nivel racional y lógico parece estar fuera de concurso, entonces a Jung no le queda más remedio que plantearse la vía hipotética, con su búsqueda de nuevas vías y de posibilidades escondidas.

En la  fase que hemos convenido en llamar del horizonte simbólico, al terapeuta le conviene en entrar en diálogo puro con cada paciente. Deshechas las certezas de sus conocimientos generales, el material psíquico sobre el que basar el diálogo debe ser el material onírico, o cualquier otro material psíquico (intuición, creación, metáfora o símbolo) que, ya con una conciencia dispuesta, va a suministrar el paciente. Se trata de que el paciente indague o hipotice con sus propios medios, y de que el terapeuta le acompañe en esa pesquisa y en esa búsqueda de nuevos horizontes.

Eso significa que el terapeuta debe adoptar una postura hermenéutica muy particular. Ahora el texto, la narración, el empuje, se va haciendo propio, esto es, del paciente, y el terapeuta sólo recoge, interviene, sobre materiales ya sintetizados. En efecto, esta fase no es fácil para el terapeuta porque su preparación previa le ayuda muchísimo en las dos primeras, allí donde el método analítico de una forma u otra jugará un papel preponderante. En la fase del horizonte simbólico, en cambio, el método por excelencia sería aquel método sintético-hermenéutico del que Jung nos habló, incluso con un acento mayor sobre la síntesis.
Frente al material psíquico, entonces, el terapeuta no hará más que esperar ahora cómo el paciente relaciona, combina o intuye significados ocultos, en una operación donde ese material trasciende su presencia de material unívoco para convertirse en elemento de una red multíplice (la red de relaciones intrapsíquicas e interpsíquicas que sirven al paciente de referencia combinatoria). Sólo después interviene el terapeuta, validando el proceso y poniendo a disposición su misma red combinatoria para ampliar, si es preciso, la valencia alusiva y simbólica del material originario.

No es fácil el desarrollo de esta fase. El elemento crucial para que se constituya y se elabore está a caballo del olvido y de la confianza. El terapeuta debe saber olvidar, o contextualizar, que es lo mismo, el dolor inicial y la psicopatología; la asimilación y la integración de los complejos es garantía suficiente para la superación de las dos fases iniciales (obviamente, es necesario que se hayan dado), así como que el esclarecimiento debe haber servido para fortalecer la dimensión del encuentro. Pero la dimensión efectiva del encuentro sólo encuentra su progresión en las áreas de confianza. El terapeuta debe dejar que el paciente combine de las tres formas que cabe hacerlo, debe poner a prueba esa disposición de la conciencia en el paciente, y debe saber esperar a que éste cumpla sus operaciones.

El material basilar, así, va  a convertirse en símbolo, creatividad y metáfora de acuerdo con las posibilidades combinatorias de una conciencia dispuesta. El material deviene simbólico en la medida en que, siguiendo a Trevi, está preñado de significado, es decir, desde el momento que la conciencia percibe ese algo más, ese excedente de significado del que el símbolo es portador. El símbolo es aquella forma que alude desde sí a otras posibles formas por lo pronto no representadas pero que existen de alguna manera virtual e implícita en la forma simbólica. El símbolo es también portador de una dimensión temporal excedente, puesto que su alusividad se dirige hacia el futuro cargándose de una expectativa que será de una u otra forma evaluada más adelante.

Lo cierto es que la función simbólica desbloquea una energía que dinamiza la psique de manera muy distinta a la psicopatología. Maria Ilena Marozza nos ha hablado de la eficacia terapéutica del símbolo, de esa manera en que la psique individual del paciente alcanza un sentido cuyas fuentes colectiva e individual se abrazan en una perfecta circularidad.

La creatividad aparece en ausencia de material primordial. La conciencia, esta vez dispuesta ante el vacío de manera más confiada, ilumina un material novedoso que hunde también sus raíces en la experiencia individual, como puede ser atravesada por el poso de una experiencia colectiva. Lo importante es que el vacío es considerado por la conciencia una simple aurora del sentido, un momento preliminar que, si está al acecho, puede convertirse en materia creativa. Habría que reflexionar sobre el papel del encuentro terapéutico para favorecer operaciones de este estilo. De alguna parte sale la confianza que la conciencia del paciente tiene a la hora de considerar el vacío. Es muy posible que sea una confianza asimilada desde las posiciones del encuentro.

Lo que es cierto sin duda es de la eficacia terapéutica de la operación. Una psique dispuesta en el sentido de la creatividad es una psique más plástica, más abierta y más activa. Pero no sólo es activa, sino que incluso se convierte en activadora, tanto de sí  misma como de las demás. El peso existencial, el silencio del futuro reciben en la creatividad un impulso inusitado. De la soledad puede aparecer la obra, del vacío la presencia, dando razón de aquella máxima de nuestra especie en la que, a la par que ser sujetos de la historia, hacemos historia, poniendo en marcha mecanismos novedosos que dan nueva luz sobre la incertidumbre y la precariedad.

Y también tiene eficacia terapéutica la puesta en marcha de la función metafórica, función que depende también del nivel del lenguaje que el encuentro terapéutico haya favorecido. La metáfora proviene de una función no muy estudiada, y que facilita la comunicación deshaciéndose de alguna manera de los códigos lingüísticos y comunicacionales al uso. En la operación metafórica, como nos recuerda Carretero, los códigos no desaparecen, sino que se convierten en referencia figurada para el juego de lenguaje que emplean los interlocutores. De la eficacia de la metáfora, así como de la ironía, probablemente esté aún todo por decir en psicoterapia. Lo cierto es que se requiere una cierta disposición de la conciencia, esta vez al juego, de la misma manera que depende de un consenso empático que hace de la relación algo que va más allá de lo puramente formal, pues la convierte en relación que genera un mundo, al establecer niveles de comunicación entre individuos no determinados por las reglas generales, las cuales sirven, sin embargo, de referencia anterior y posterior al juego metafórico mismo.

Dice Carretero (“la Psicología Analítica o el Arte del Diálogo”, 1999): 

“Dentro de la dinámica psíquica, la función metafórica conecta aspectos de dentro con aspectos de fuera, conecta aspectos de un nivel de experiencia con otros niveles de experiencia, avanza desde un elemento la realidad del elemento sucesivo, apoyándose en una virtualidad poyética que es capaz de aludir eludiendo, sin identificarse de manera fija como sujeto ni tampoco en la cosa dada [...] ¿Cómo son posibles los deseos, cómo es posible que de un deseo pueda instaurarse un proyecto y luego, caso de actuarlo, lleguemos a modificar aquel deseo inicial, sea ampliándolo, desechándolo para una situación futura o remodelándolo con leves retoques? Es decir, ¿de qué están hechas nuestras modificaciones cuando lo que barajamos dejan de ser únicamente datos de realidad? ¿Cómo llegamos a ser capaces de casar nuestras fantasías e imaginaciones –avanzadillas de un futuro deseado- con los datos de la realidad cruda y tangible, hasta establecer con esas distintas funciones, operaciones muy sofisticadas del nivel de experiencia que llevan a remodelar la disposición misma a nuevas fantasías e imaginaciones? [...]  La función metafórica es la que se encarga de poner en relación dinámica aquellas funciones distantes o que pertenecen a planos completamente distintos. Sólo ella llega a colorear la vivencia, cuando se encuentra bajo el empuje de una función particular, con esa dimensión virtual que alude a la función sucesiva, esa función completamente diferente en lo espacial, lo temporal y lo cuantitativo. Se trata, pues, de una macrofunción o función de funciones. Cuando pensamos amparados por la función metafórica, las ideas concretas exceden el ámbito del pensamiento mismo: se transfieren a los datos de realidad, así como a los del recuerdo, del afecto y, por qué no, a los de las creencias personales o a las propias utopías, sin tampoco abandonar el nivel del pensamiento. Un pensar metafórico, entonces, está hecho de ideas, pero no sólo de ideas: además, más allá o después de ellas está ya aludido todo un mundo de sensaciones que gravitan virtualmente sobre el campo de las ideas mismas, conformando ese matiz metafórico que hace que lleguemos a decir que las ideas ya no son sólo ideas”. (Clic aquí para pasar a 7/7.)


Autora: Dra. Guadalupe de la Cruz M.
Infórmate sobre su próxima conferencia: La Pérdida en la Psicología Analítica.

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