sábado, 10 de mayo de 2014

Símbolo, Creatividad y Metáfora 3/4

FUNCIÓN SIMBÓLICA, FUNCIÓN CREATIVA Y FUNCIÓN METAFÓRICA. 
Una semejanza operativa


“Entonces, a veces después de años de desasosegante estancamiento, inesperadamente la energía psíquica se integra en un fluir que procede desde el interior, pero que alcanza el mundo externo devolviéndole un valor y una apertura. Entonces, aunque en el fondo no haya nada nuevo o diferente, aquel mundo ya no es el que la fijeza de una memoria infeliz había conocido durante tanto tiempo” Maria Luisa Colli


Desde el punto de vista funcional, esto es, de entrada estrictamente intrapsíquico, podría hipotizarse una relación entre las tres funciones mencionadas, por lo menos por lo que respecta al dinamismo frente a la tutela de la conciencia. En realidad, una conciencia que no se coloca en el sentido de favorecer el pasaje dentro/fuera que las tres funciones proponen, es una conciencia fija y paralizada sobre lo ya conocido, lo que quiere decir que ya no es capaz de garantizar la adaptación a un mundo –interno y exterior- una y otra vez mudable y cambiante.

Es verdad que la fijeza de la conciencia se configura de forma distinta según la función que resulte impedida o menospreciada. Así, una conciencia no bañada por aquella alusividad simbólica, permanece anclada a una obligada confusión entre la parte y el todo. Lo que percibe no alude más que a sí mismo, siendo vivido como un todo no componible ulteriormente. Se trataría de una conciencia que captura las cosas en un sistema ya predeterminado, incapaz entonces de dar escucha a aquella profunda alusión que caracteriza al símbolo.

También sería una conciencia sin tensión, y por ello distendida sobre la temática de la repetición: cualquier cosa, por inaprensible que sea en su totalidad, finalizaría por ser reducida a los elementos ya conocidos presentes en ella, dejando de lado o incluso no pudiendo siquiera intuir cuánto de no inmediatamente comprensible en cualquier caso la configura. De ahí resulta que la ausencia de la función simbólica sea superponible a los cuadros psicopatológicos determinados por el hiperracionalismo reductor, cuadros que en su mayoría tienen una naturaleza neurótica, pero que, en casos extremos, pueden alcanzar hasta la psicosis, especialmente si se caracterizan por ciertas formas de delirio bien estructurado.

Por otro lado, podemos hallar la ausencia de función creativa cuando la conciencia deja de frecuentar territorios sin objetos. En ese caso, la sensación de control y de vínculo estrecho con los objetos conocidos va a ser máxima, de la misma manera que es fácil imaginarse la plenitud y la continuidad percibidas por la conciencia a pesar de las vicisitudes del devenir y de las circunstancias. Por el contrario, una conciencia incapaz de producir objetos nuevos, y nuevas combinaciones entre ellos, deviene una conciencia achatada, casi crepuscular, debido a la contemplación pasiva del horizonte existencial. No hay nada que pueda hacerse frente a las demandas provenientes del interior o del exterior para modificar las relaciones entre las cosas. El hombre sin creatividad es el hombre simplemente espectador de su propio mundo, el hombre sin atributos, que quizá haya olvidado el sentido de su propia historia.

Se trata de una ausencia que podemos encontrar en cuadros que van desde la simple apatía hasta el extremos de la ruptura del contacto vital con la realidad, esto es, y siguiendo los conceptos de Minkowski, hasta el núcleo que define mejor que cualquier otro el sentido de la debacle esquizofrénica.

Por último, la ausencia de la función metafórica despliega el arco de sus connotaciones en la problemática del literalismo. Cualquier cosa que aparezca, cualquier palabra, cualquier imagen, cualquier sonido, son interpretados en el sentido radical del código que presuntamente los encierra. El tono de la voz, los movimientos del cuerpo, el tejido fraseológico, no remiten ya a significados que puedan hallarse más allá de los códigos. Los términos dejan de ser acepciones posibles, ni sirve la semántica para poner en tensión el sentido de la cosa comunicada. Es como si los códigos generales de los usos encontrasen en el sujeto literal un centinela que acabase por reducirlos a normas de obligado cumplimiento. De tal manera que los códigos, que en verdad son validísimos puntos de partida para la comunicación, finalizasen por convertirse en puntos de llegada y constricción del material conducido por la comunicación misma.

Ese literalismo podemos encontrarlo un poco en cualquier lugar de la psicopatología, pero lo encontraremos todavía con mayor claridad en el modo en que algunos psicoterapeutas literalizan el material suministrado por sus pacientes, recogiéndolo en sus propios esquemas mentales, los cuales son reforzados todavía más por sus teorías de referencia. Ese es un peligro que no es necesario subestimar, porque el andamiento psicoterapéutico, visto como auténtico diálogo entre las dos psiques, puede transformarse fácilmente en un monólogo cruzado si no se halla la manera de pactar los sentidos del discurso que produce, consenso que tiene que ver con la aceptación muchas veces no literal –y así metafórica- de los modos de comunicar entre los miembros del diálogo.

De cualquier forma, y vistas las distintas consecuencias de la carencia de las funciones dialógicas mencionadas, tratemos ahora de aproximarnos al funcionalismo que, por oposición a la fijeza de la conciencia, son capaces de desarrollar. Parecería que la semejanza o el parentesco entre estas tres funciones se vea mejor desde una perspectiva operativa, es decir, cuando ya han iniciado su movimiento. Recordemos: la creatividad busca nuevas formas suspendiendo aquellas que ya se conocen; la función simbólica tiende hacia a totalidad y la recomposición suspendiendo la angustia de la parte; la función metafórica suspende la concreción y el literalismo de la forma para mezclarla virtualmente con otras formas y sentidos ulteriores no aprensibles ni interpretables convencionalmente.

Por consiguiente, las tres funciones, aun partiendo del espacio intrapsíquico, se asoman hacia territorios ulteriores, eludiendo y suspendiendo toda fijación o parálisis de la conciencia. Podemos decir que representan el dinamismo psíquico por excelencia, dinamismo que se desarrolla en la acción con la cual estas tres funciones empujan la psique hacia la búsqueda del sentido. Juntas rehuyen la interpretación directa, la que no corresponde a una aproximación hermenéutica, y, así pues, las tres son profundamente críticas, resultando fundamentales para que tome inicio el diálogo.

El diálogo en la creatividad se plasma a través de la disposición a la búsqueda y a través de las novedades instauradas, correspondan o no a configuraciones de naturaleza artística. El diálogo en la función simbólica se desarrolla a través de la reunión de elementos, la ulterioridad de sentido, la espera del significado y la tendencia continua. El diálogo en la metaforicidad se coloca más allá de la constricción llevada a cabo por los códigos lingüísticos, apelándose a aquella comprensión humana no mediatizada por la historia o por las genealogías respectivas. Puede ocurrir, incluso, que esas funciones se alimenten entre sí mediante una red compositiva generada dinámicamente gracias a la vitalidad ulterior que cada una propone. Así, la búsqueda de la novedad creativa compone el símbolo y favorece la metáfora; el símbolo propone una vía creativa (por eso sustrae su significado del plano de lo ya conocido) y se difunde y comunica sólo a través de metáforas; de la misma manera en que la metáfora es en sí misma una comunicación creativa y preñada de significado como el símbolo. Cada una de las tres empuja la psique de igual manera hacia la búsqueda de sentido, dinamizando dialógicamente cada uno de los elementos psíquicos sobre los que se apoyan.

Las tres funciones, finalmente, concurren hacia un dinamismo psíquico más amplio del que pueda ser sugerido por una posición estrictamente psicológica. En realidad, parecería, siguiendo el pensamiento de Trevi, que lo psíquico exceda a lo psicológico, del mismo modo que la creatividad excede a lo creado, el símbolo excede a lo simbolizado y la metáfora excede a lo metaforizado. Y es que es a través de estas operaciones que la psique se impulsa hacia delante, se asoma al otro, poniendo en relación dual y homeostática al individuo y a su mundo circundante.

Paradójicamente, mediante estas operaciones o funciones de relación con el otro, la psique acaba por desplegar sus producciones más individuales y personales, como si de ese contacto con lo enteramente otro, de esa conexión –aun figurada- con lo que permanece más allá de sí, más allá de lo perceptible como propio, la psique, asomándose, acabase por deslizarse hacia el desarrollo de la crítica y de los criterios discriminadores (dentro-fuera, yo-otro, conocido-desconocido), esto es, acabase por alcanzar una mejor expresión y, sobre todo, una imagen más completa y compleja de sí misma. Era ésa la idea que exponía Schelling cuando, preguntándose por cómo hace el yo para conocerse a sí mismo, aludía a la necesidad de instaurar un movimiento inicial centrífugo, salir de sí, para después, en el retorno centrípeto hacia sí, hacia el espacio psíquico, descubrir su propio horizonte y su propio límite: su propia naturaleza. (Clic aquí para seguir leyendo 4/4.)

Autor: Dr. Ricardo Carretero G.
Relación para el X Congreso del Centro Italiano di Psicología Analítica C.I.P.A.
5-6 de Febrero del 2000,  Roma

Infórmate sobre su próxima conferencia: El Nacimiento de la imagen creativa.

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