EL ENCUENTRO TERAPEUTICO
“Habría
entonces –y como colofón- que preguntarse si el análisis, ese producto casi casual
de nuestro siglo, no deba abandonar la aristocrática y privilegiada posición en
la que todavía se encuentra, y no tenga, por el contrario, que proponerse como
modelo paradigmático del encuentro humano suscitador de enriquecimiento
psíquico” Mario Trevi
Curiosamente, a la hora de
abordar las temáticas referentes al psicoanálisis o a la psicoterapia, se ha
optado por emplear conceptos y términos de naturaleza incierta o virtual, en
lugar de enfatizar cuánto el psicoanálisis o la psicoterapia tengan de realidad
efectiva, de ineludible choque, de inevitable relación entre dos o más seres
humanos. Así, se ha hablado mucho de la búsqueda, del proyecto, del proceso
mismo de la psicoterapia en cuanto construcción de futuro, pero muy poco de los “hallazgos” que se dan en ese espacio,
del encuentro en sí del sentido, de la “química” real de las dos psiques
susceptible de modificar a cada una de ellas y de orientarlas hacia una vía de
salud.
La psicoterapia es, entonces, un
arte especulativa y a la vez un arte empírica: se requieren tanto conocimientos
generales y previos como una disposición clara y sin prejuicios ni presupuestos
previos al encuentro con el otro. Es muy probable que sea de la confluencia
entre estas dos disposiciones, de la suma de esas dos artes, de lo que dependa
el resultado final del proceso psicoterapéutico.
Curiosamente, sin embargo,
parece que una de esas dos disposiciones tuviera la pretensión de abarcar a la
otra, despreciando su valor constitutivo dentro del marco terapéutico. Nos
referimos a la pretensión del terapeuta de abastecerse de conocimientos
generales con la finalidad de reducir la tensión que implicaría esa
disposición dialógica sin prejuicios del arte empírica. Parece ser, por
consiguiente, que no sea fácil “hermanar” o hacer confluir las dos artes
constitutivas, como si la avidez de afianzar los instrumentos técnicos (ese
acopio de conocimientos previos) en el terapeuta acabase una y otra vez por
desestimar las labores de “escucha” y conocimiento particular del otro
irrepetible a la que obliga la disposición empírica
Por eso mismo, y por la
necesidad de acometer directamente la temática del encuentro terapéutico, es
por lo que creemos conveniente ilustrar de manera directa la dimensión del
encuentro dialógico y sus referentes epistemológicos, por supuesto no con el
ánimo de invertir ese desequilibrio ahora a favor del arte empírica, sino como
una medida equilibradora de ese énfasis especulativo y “reductor” que suele ser
común en el estudio de la psicología y de la psiquiatría.
Empecemos, pues, por ver el
ámbito semántico de la palabra encuentro. La palabra “encuentro” se abre en el
Diccionario de uso del Español de María Moliner en variadas direcciones. En
primer lugar, significa la acción de encontrarse, pero puede ser una
entrevista, un hallazgo, un combate, una discusión, una riña, amén de otras
acepciones alejadas de nuestro tema. “Ir o salir al encuentro de algo o de
alguien”, significa dirigirse hacia la persona o cosa de que se trata por el
mismo camino por el que ellas vienen, en sentido contrario, y en esta acepción
implica un adelantarse, un atajar; pero puede significar el ceder alguien en su
actitud o poner algo de su parte para buscar una avenencia con el otro; o bien
el anticiparse a lo que alguien va a decir o hacer facilitándole el decirlo o
hacerlo; o bien, por el contrario, una especie de “salir al paso”,
anticipándose a lo que alguien va a decir o hacer con otro dicho o acción que
lo desvirtúa.
Vemos, entonces, que el
encuentro se sitúa en una dimensión de realidad en donde se hace efectivo un
choque, una aproximación, un “contacto” entre uno y otro, para, desde ahí,
hallar una coincidencia, una facilitación, una colaboración, o bien, por el
contrario, deducirse un choque, un encontronazo, una incomprensión, una disputa
que desvirtúa o dificulta el ponerse de acuerdo y obtener una colaboración.
Consiguientemente, el concepto de encuentro hace hincapié en esa relación, en
ese choque o contacto entre dos personas o entre una persona y otras cosas,
aunque, al parecer, de ello pueda derivarse tanto un enriquecimiento mutuo como
un entorpecimiento mutuo, tanto una colaboración como una disputa.
Del mismo modo, en su faceta
reflexiva o intrapsíquica, el “encontrarse” a sí mismo es signo de buena
ubicación, de satisfacción general y de sentimiento de estar bien orientado, de
la misma manera que no encontrarse es signo de desvarío, malestar o sentimiento
de alienación.
Con todo esto que hemos dicho, y
entrelazando las acepciones objetiva y reflexiva del concepto encuentro, bien
fácilmente podemos llegar a la conclusión de que un encuentro terapéutico es
positivo, es decir, es en verdad terapéutico, cuando es capaz de
facilitar el intercambio entre las dos psiques que se cruzan en la
psicoterapia, facilitando de paso esa dimensión interior de ubicación y
orientación que podríamos llamar “encontrarse a sí mismo”. De la misma manera,
un encuentro terapéutico dejaría de serlo en la medida en que surgen impedimentos,
rémoras, incomprensiones, que hacen del contacto entre las dos psiques una
suerte de “encontronazo”, choque o disputa, que en lugar de orientar,
desorienta, y que produce un extrañamiento de sí, una alineación que separa a
ambos interlocutores de aquel encontrarse (al otro y a sí mismo) que hemos
denominado “encuentro terapéutico”.
Infórmate sobre su próxima conferencia: La Pérdida en la Psicología Analítica.
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