miércoles, 12 de marzo de 2014

Reflejo y reconocimiento en el proceso psicoterapéutico 1

(Extracto) Desde los albores de lo que concebimos como historia de la humanidad, el ser humano ha debido hacer las cuentas con un estado de inquietud provocado por la incertidumbre y la angustia del conocimiento de su destino mortal. La experiencia de ser cambiantes, mutables, móviles ha fijado en nuestro conocimiento la imposibilidad de concebirse unitariamente de forma durable. El uno, se diría, es una medida en el espacio que poco puede compartir con los empujes del tiempo.

Basta volver la mirada a las etapas de la vida. Una inicial simbiosis caracterizada por la experiencia sensorial de presente continuo cede el paso al comienzo de las relaciones y a los movimientos intencionados. Luego el dolor, la palabra, la focalización paulatina de la posesión del cuerpo, el caminar… Apenas una etapa llega a su culminación, la unitariedad alcanzada procede por el camino de su propia aniquilación y se decide a abordar una nueva fase caótica y llena de peligros, traicionada por el deseo de nuevos horizontes y por los estímulos del mundo relacional.

Si así no fuese, el sujeto interrumpiría la búsqueda y, azotado por los peligros del mundo en derredor, se encerraría en su caparazón defensivo (para defender su unidad) y abandonaría el transcurso del tiempo. Es el sueño autístico, el cual se aferra a una especie de mundo en miniatura donde la búsqueda desesperada y final de mantener el uno en eterno, se paga con el esfuerzo de una continua elaboración de murallas para asegurarse el cobijo. En el autismo, entonces, el tiempo sucede sólo en negativo, no en el ser, sino en la heroica y descomunal arquitectura del castillo protector del ser unitario que debe ser conservado dentro.

Pero esto no es más que la excepción. Lo más frecuente es que la vida se manifieste como búsqueda incesante de unidad y que, una vez vislumbrada ésta, la fuerza vital desgarre ese espejismo (el conocer el paso del tiempo así lo hace intuir) y se proponga iniciar una nueva búsqueda de unidad. Eso es lo que explican las etapas de la vida. Alcanzar la infancia es despojarse de ella, alcanzar la madurez presagia el abandono de ella, así como alcanzar la vida entera presagia ya la muerte. La realidad vital tiene que ver con el tiempo, con el tiempo que pasa y se lleva los espejismos, uno a uno, por lo menos cuando nuestro cuerpo ha traspasado el lugar de la visión y no se ha detenido allí, sino que ha continuado su camino, siendo de poca importancia dirimir si el proseguimiento se ejecuta por desengaño o por un deseo renovado de trasladar la unidad más adelante, hacia un futuro más o menos cercano.

Quien siente haber alcanzado verdaderamente su unidad, deja de caminar y empieza a amurallar el lugar de la visión, encerrándose dentro para poder ser siempre unidad, como hemos visto que sucedía en el autismo.

Quien se ha detenido a una distancia prudente del espejismo (lo suficientemente cercano para vislumbrarlo y lo suficientemente lejano como para no tener que verificar su autenticidad) camina en todas direcciones pero como en círculo: no abandonando nunca, aun sin poder entrar en él, el punto de referencia de la visión. Se camina en cualquier dirección a sabiendas de no poder progresar en el camino, pues se ha decidido, en simple hipótesis, dónde pueda hallarse la unidad. Entonces hay que volver periódicamente a las cercanías del templo de la visión, ese templo que en un futuro nos revelará, gracias a nuestra fidelidad esperanzada, una muestra extemporánea de nuestra unidad indeleble. Eso sucede porque el sujeto, cansado o carente de confianza en poder alcanzar una auténtica unidad en el tiempo (que una vez alcanzada, como hemos visto, se convertiría en espejismo y habría que seguir caminando y buscarla de nuevo ), establece un pacto con la realidad. Hace el vacío espacial en un lugar determinado (a cierta distancia del reflejo, de modo de no tener que saber si es un espejismo o una realidad unitaria) y sitúa allí su unidad de futuro, creyendo poder dedicarse sin fatiga (sin exploración ni búsqueda) a la reconstrucción de las imágenes del pasado. Es lo que sucede en la neurosis. Un reposo en el pasado, con el proyecto de seguir el camino en un futuro no muy lejano, cuando desde las afueras del templo podamos percibir con claridad el referente de nuestra imagen auténtica (una imagen espacial) que nos demuestre que vale la pena desalojar las inmediaciones del templo y proseguir por propia cuenta el camino. En la neurosis el sujeto espera obtener con ese medio las fuerzas que le faltan para llevar a cabo la experiencia vital. Quiere la demostración de que exista una unidad, quiere pruebas, seguridades, puntos de referencia que le aseguren el éxito de la empresa. Mientras tanto espera, espera pacientemente hasta que el tiempo pasa y que, comenzando a tener una visión retrospectiva de la vida transcurrida en la infructuosa espera, decae aún más la confianza y se instala en el desasosiego.


Autor: Dr. Ricardo Carretero G.
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