Todo este proceso sería más producto de dioses que de seres humanos si no fuera porque existe la memoria. La memoria que trabaja dejando atrás la imagen unitaria (siempre con pretensiones definitivas) de identidad alcanzada, pero que lo hace de tal forma de dejarnos una base donde modelar la identidad sucesiva. Es la memoria que, dejándonos alejar de la imagen fija de la infancia, guarda cautelosamente el sentido artístico de su construcción. El objeto niño se vuelve sustancia activa del tiempo, para llegar a demostrar que no es necesario pararse por miedo a perder lo alcanzado, sino que no hay más que caminar para alcanzar el recuerdo. Para que el chaval llegue a la cancha de deporte, es necesario que lo acompañe aquel que un día se irguió por primera vez, quizá por el simple deseo de poder apoyar una mano sobre la mesa. Pero el proyecto de ir a la cancha debe estar libre de toda turbulencia (hay mil monstruos que lo acechan en ese momento ). Para eso está la memoria, que le tiene custodiado el recuerdo. Él debe estar ahí solo, con todos sus miedos y toda su emoción, como si fuera la primera vez, si es que habrá de encontrar sentido en la contienda. Pues de eso está también hecho el sentido de la vida: de poder aparecer muchas veces por primera vez.
Ese es el camino natural e impuesto del ser humano. Es una camino natural porque ha sido cruzado por muchos seres naturales. Y es impuesto porque es también el fruto de la relación, sin la cual probablemente no existiría siquiera el camino, la meta unitaria, ni quizá el recuerdo.
Autor: Dr. Ricardo Carretero G.
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